miércoles, 21 de febrero de 2018


ADIVINANZAS DEL CUERPO HUMANO. 

1. Si sopla el aire, a la cara viene. Quien es calvo no lo tiene. 

2. Al final de los brazos están las manos, al final de las manos nosotras estamos. 

3. Adivina, adivinanza...Por el día están abiertos, por la noche cerrados. ¿Qué son?

4.  Parecen persianas que suben y bajan. ¿Qué son?

5. No hay ningún día del año en que pueda descansar, siempre en tu pecho cantando ando, con mi ritmo tic-tac. 

6. Treinta caballitos blancos por una colina roja, corren, muerden, están quietos y se meten en tu boca. 

Contorno y figura partes del cuerpo

LOS DOS GALLOS. 
Era una vez una granja en la que convivían muchos animales. En particular, había dos que se consideraban grandes amigos. Se trataba de dos gallos que desde que eran polluelos se llevaban muy bien. Se turnaban para cantar por las mañanas, compartían la tarea de dirigir el corral y su relación era muy cordial.
Sucedió que un día llegó una gallina nueva, tan hermosa y de mirada tan penetrante, que enamoró a los dos gallos a primera vista. Cada día, los gallos intentaban llamar su atención y la colmaban de detalles. Si uno le lanzaba un piropo, el otro le regalaba los mejores granos de maíz del comedero. Si uno cantaba bien, su contrincante en el amor intentaba hacerlo más alto para demostrarle la potencia de su voz.
Lo que empezó como un juego acabó convirtiéndose en una auténtica rivalidad. Los gallos empezaron a insultarse y a ignorarse cuando la gallina estaba cerca de ellos. Su amistad se resintió tanto, que un día decidieron que la única solución era organizar una pelea. Quien se alzara vencedor, tendría el derecho de conquistar a la linda gallinita.
Salieron al jardín y se liaron a empujones y picotazos hasta que uno de ellos ganó la contienda. Muy ufano, se subió al tejado mientras el otro se alejaba llorando de pena y con un ojo morado. En vez de conmoverse por la tristeza de su amigo, el ganador, desde allí arriba, comenzó a cantar y a vociferar a los cuatro vientos que era el más fuerte del corral y que no había rival que pudiera derrotarle. Tanto gritó, que un buitre que andaba por allí oyó todas esas tonterías y, a la velocidad del rayo, se lanzó muy enfadado sobre él, derribándole de un golpe con su ala gigante. El gallo cayó al suelo malherido y con su orgullo por los suelos. Todos en la granja se rieron de él y, a partir de ese día, aprendió a ser más noble y respetuoso con los demás.
Moraleja: si alguna vez salimos triunfadores de alguna situación, debemos ser humildes y modestos. Comportarnos de manera soberbia, creyéndonos mejores que los demás, suele tener malas consecuencias.

martes, 26 de diciembre de 2017

Adivinanzas de animales.

1. Mi tía Cuca tiene una mala racha, ¿quién será esta muchacha?


2. Canto en la orilla, vivo en el agua, no soy pescado, ni soy cigarra.


3. Soy pequeño y blandito y mi casa llevo sobre el lomito.


4. Porque tengo sangre fría aparezco en primavera en piedras encaramada siempre al sol que más calienta.


5. Dos pinzas tengo, hacia atrás camino, en el agua vivo, en el mar o en el río.


6. ¿Quién será que de noche sale y de día se va?


7. ¿Cuál es el animal que más tarda en quitarse los zapatos?


8. Tengo hipo al decir mi nombre, ¿quién soy?


martes, 12 de diciembre de 2017

La bolsa de monedas

Cuento popular La bolsa de monedas

Adaptación del cuento popular judío

Hace mucho tiempo, en una ciudad de Oriente, vivía un hombre muy avaro que odiaba compartir sus bienes con nadie y no sabía lo que era la generosidad.
En una ocasión, paseando por la plaza principal, perdió una bolsa en la que llevaba quinientas monedas de oro. Cuando reparó en ello se puso muy nervioso y quiso recuperarla a toda costa.
¿Sabes qué hizo? Decidió llenar la plaza de carteles en los que había escrito que quien encontrara su bolsa y se la devolviera, recibiría una buena recompensa.
Quiso la casualidad que quien se tropezó con ella no fue un ladrón, sino un joven vecino del barrio que leyó el anuncio, anotó la dirección y se dirigió a casa del avaro.
Al llegar llamó a la puerta y muy sonriente le dijo:
– ¡Buenos días! Encontré su bolsa tirada una esquina de la plaza ayer por la tarde  ¡Tenga, aquí la tiene!
El avaro, que también era muy desconfiado,  la observó por fuera y vio que era igualita a la suya.
– Pasa, pasa al comedor. Comprobaré que está intacta.
Echó las monedas sobre la mesa y, pacientemente, las contó.  Allí estaban todas, de la primera a la última.
El chico respiró aliviado y le miró esperando recibir la recompensa prometida, pero el tacaño, en uno de sus muchos ataques de avaricia, decidió que no le daría nada de nada. El muy caradura encontró una excusa para no pagarle.
– Sí, es mi bolsa, no cabe duda, pero siento decirte que en ella había mil monedas de oro, no quinientas.
– Señor ¡eso no es posible! Yo sería incapaz de robarle y presentarme aquí con la mitad de sus monedas ¡Tiene que tratarse de un malentendido!
– ¿Malentendido? ¡Aquí había mil monedas de oro así que lo siento pero no te daré ninguna recompensa! ¡Ahora vete, te acompaño a la puerta!
¡El pobre muchacho se quedó helado! No había robado nada, pero no podía demostrarlo. Se puso su sombrero y se alejó  triste y desconcertado. El avaro, desde la puerta, vio cómo desaparecía entre la niebla y después regresó al comedor con aire de chulería.
El muy fanfarrón le dijo a su esposa:
– ¡A listo no me gana nadie! He recuperado la bolsa y encima he dejado a ese desgraciado sin el premio.
La mujer, que era buena persona, le contestó indignada.
– ¡Eso no se hace! A nosotros nos sobra el dinero y él merecía la gratificación que habías prometido ¡Podía haberse quedado con el dinero y no lo hizo! Id juntos a ver al rabino para que os dé su opinión sobre todo esto.
Al avaro no le quedó más remedio que obedecer a su mujer  ¡Estaba tan enfadada que cualquiera le decía que no!
Buscó al chico y acudieron a pedir ayuda al rabino, el hombre más sabio de la región y el que solía poner fin a situaciones complicadas entre las personas. Aunque ya era muy anciano, los recibió con los brazos abiertos; Seguidamente, se sentó en un cómodo asiento a escuchar lo que tenían que contarle.
El avaro relató su versión y cuando acabó, el rabino le miró a los ojos.
– Dime con sinceridad cuántas monedas de oro había en la bolsa que perdiste.
El avaro era tan avaro que se atrevió a mentir descaradamente.
– Mil monedas de oro, señor.
El rabino le hizo una segunda pregunta muy clara.
– ¿Y cuántas monedas de oro había en la bolsa que te entregó este vecino?
El tacaño respondió:
– ¡Sólo había quinientas, señor!
Entonces el rabino se levantó y alzando su voz profunda, sentenció:
– ¡No hay más que hablar! Si tú perdiste una bolsa con mil monedas y esta tiene sólo quinientas, significa que no es tu bolsa. Dásela al chiquillo, pues no tiene dueño y es él quien la ha encontrado.
– Pero yo me quedaré sin nada!
– Sí, así es. Tu única opción es esperar a que un día de estos aparezca la tuya.
Y así fue cómo, gracias a la sabiduría del rabino, el avaro pagó sus mentiras y sus calumnias quedándose sin su propia bolsa.

miércoles, 10 de febrero de 2016

El gato y las sardinas

Fábula: El gato y las sardinas

Fábula: El gato y las sardinas

El gato y las sardinas



Érase una vez un gato al que le encantaba comer, pero sobre todo sardinas, su plato favorito. Pero aquel gato era un poco tímido y torpón y no solía dar con su manjar preferido casi nunca.
Pero su suerte cambió cuando alejándose algo más de lo habitual en su paseo, dio con un mercado de abastos situado en plena zona costera. En aquel mercado muchos pescadores ofrecían sus mercancías y había cajas de sardinas frescas por todos lados.
El gato, de tanta hambre que tenía, no dudó un momento en dejar su torpeza y timidez a un lado para hacerse con alguna de aquellas sardinas. De este modo comenzó a perseguir y a acechar a uno de los vendedores, y aprovechando un momento de descuido por parte de este, el gato saltó sobre la caja de sardinas que almacenaba haciéndose entre sus bigotes con una hermosísima. Pero su torpeza se hizo evidente durante aquella acción, y el vendedor no tardó en pillar al gato, persiguiéndole tras esto por todo el mercado lleno de furia.
En su huida, el gato fue a parar a un bosque con un maravilloso arroyo y montones de hierbas frescas. El gato, sintiéndose ya a salvo, pensó que aquel era el lugar ideal para degustar como debía su deliciosa sardina. Pero entonces, el gato creyó ver en el agua a otro gato con una sardina aún más grande y apetecible que la suya, y muerto de envidia, saló al agua para arrebatársela.
Pronto comprendió que no había tal gato ni tal sardina, y que en realidad, había contemplado sobre el agua su propia imagen deformada y ampliada. Una vez logró salir del agua, comprendió también que había perdido la comida y que ya no podría degustar su rica sardina.
¿Sabrías decir cual es la moraleja de esta fábula?

gato